Resúmenes | Mesa «Música, discurso e Imagen»

Título: «Sobre las ruinas de un canto».

Autor: Andrés Menard

En 1877 Edison grita «Hallo» al cuerno del gramófono que acababa de inventar. Ese año Tylor da la primera definición «científica» o «antropológica» de cultura y de paso funda la escuela evolucionista. Paralelamente el territorio mapuche está padeciendo la ocupación y conquista por parte de los estados chileno y argentino. 28 años más tarde, en 1905 y con dicho proceso culminado, el etnólogo Robert Lehmann-Nitsche graba en rollos de cera unos breves cantos mapuche. A partir de estas coyunturas técnico-histórico-teóricas,propondremos una reflexión sobre la materialidad sonora que vehiculan estas grabaciones. Se tomará en cuenta la importancia mediática implicada por el surgimiento del gramófono como tecnología y sus consecuencias en la percepción de lo musical y del sonido en general (el paso de la matesis pitagórica como base de una codificación escrita de notas y tiempos, al registro físico de unas frecuencias y del «real» del ruido…). Así podremos situar estos materiales ante una pregunta por la noción de vestigio, testimonio y supervivencia, en tanto categorías gravitantes en la comprensión de lo mapuche en particular y de lo indígena en general a lo largo del siglo XX, tensando el problema que plantea la idea del vestigio como medio de una representatividad, versus su consideración como concentrado aurático de potencias indiciales (espectrales, heterocrónicas, etc.)

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Título: «Dejar (de) escuchar. Música y auto-afección en Jacques Derrida».

Autor: Cristóbal Durán R.

Institución: Facultad de Artes, Universidad de Chile

El lazo entre voz y auto-afección parece indicar un lugar extremadamente rico para interrogar las eventuales relaciones que el texto derrideano abre respecto al tópico de la música. Como es sabido, es difícil encontrar algo como un discurso sobre la música en Jacques Derrida. Si bien se pueden encontrar numerosos lugares donde la música parece interrogada, directa o indirectamente, lo cierto es que la música despierta algo molesto por su carácter esquivo e insituable. Quizá habría que empezar a mostrar que la música hace perder todo ‘discurso’ del que se trata de reafirmar una propiedad (una soberanía, que es siempre la soberanía del autos). Lo que intentaremos sugerir es la complicidad entre la voz (y su contracara, el oírse-hablar) y la auto-afección, precisamente en el momento en que se puede advertir el interés derrideano por lo no-discursivo de la palabra, por lo que queda en ellas, y que marca su resistencia al discurso. Si bien el interés específico de Derrida es por la aparición de lo no-verbal en lo verbal – de lo no-verbal en la voz –, es decir, por el momento en que las palabras empiezan a desorganizar así la autoridad de lo discursivo, bien podría mostrarse que esa incalculabilidad en la voz es algo así como la música de una voz, una música que redobla la voz y que en lugar de hacer todo audible, expone al auscultamiento de algo que no es completamente recogible o capturable. Ello implicaría mostrar cómo se desvía la voz de su centro circular auto-afectivo, y cómo ella misma se hace extraña a la presencia que debe comportar. Es por medio de alguna música – el tono, la diferencia, tonal, el temblor de toda voz, la resonancia de su sonoridad – que la voz ya no puede apropiarse a sí misma absolutamente. Eso quiere decir que no solo queda pensar la voz como ex – apropiación, que solo puede estabilizarse al precio de la pérdida de su reverso, a la pérdida de sus temblores.